El país se cae a pedazos y no sólo en sentido figurado, que ya sería bastante. Para abrirle paso a la llamada Ciudad de las Ciencias concebida en el cuatrienio de Acevedo Vilá, la administración del Partido Popular ha considerado imprescindible destruir la antigua Penitenciaría Estatal "Oso Blanco". El enorme edificio --que debe su nombre a la marca del cemento que se utilizó-- fue diseñado por el arquitecto Francisco Roldán y construida por Antonio Higuera en el año 1926. La estructura es una muestra impresionante de arquitectura Art Deco, con elementos de influencia mozárabe y renacimiento español. Sus cuatro pisos se levantan en un terreno privilegiado de 83 cuerdas de extensión.
Para el independentismo, Oso Blanco tiene un especial valor histórico: allí (entre otros lugares) pagó con cárcel por el delito de predicar la independencia don Pedro Albizu Campos; allí estuvieron encarcelados los nacionalistas acusados de participar en la Revolución de Jayuya en el 1950, entre ellos el entrañable compañero don Heriberto Martín, y allí cumplieron sentencia Rubén Berríos y el grupo de militantes del PIP que con la desobediencia civil en 1971 acabaron con las prácticas de la Marina en Culebra, preámbulo a la gran lucha de Vieques.
A pesar de la designación de Oso Blanco como sitio histórico por el "National Register of Historic Places", no ha existido mecanismo en ley -ni voluntad o sensibilidad suficiente- para detener su destrucción. Como justificación, ese curioso híbrido que es el Fideicomiso de Ciencia, Tecnología e Investigación - es una entidad privada creada por ley que maneja fondos públicos-- aduce el extremo deterioro del edificio. Sin embargo, se ha negado a mostrar los estudios que lo acreditan y más aún, se negaron absurdamente a permitir que un equipo de arquitectos, incluyendo profesores de la Universidad del Turabo y especialistas en documentación gráfica histórica tuvieran una última oportunidad de dibujar el Oso Blanco desde el exterior.
El asunto en torno al reclamo de conservación del Oso Blanco no es si se construye la famosa Ciudad de las Ciencias o no (o puede serlo, pero el cuestionamiento de los méritos del proyecto es harina de otro costal), sino la confiabilidad del ordenamiento para protección del patrimonio edificado y la transparencia de la concesión de permisos. Como país, hemos pagado caro el hispanismo cerrado que le concede la más alta prioridad a la preservación del legado arquitectónico colonial, pero que permitió la destrucción de espacios únicos como la Casa Georgetti y hoy permanece impávido ante el deterioro del distrito Art Deco de Santurce o lo que queda del renacimiento español en Río Piedras. Un residente del Viejo San Juan tiene que someterse a todo un proceso --y bien que sea así-- para cualquier mejora en su casa, pero el Fideicomiso de Ciencias tira al piso un tesoro arquitectónico y no pasa nada.
Los espacios que ocupamos (todos ellos, invoquen gloria o ignominia) son señales de identidad de nuestro país. La sentencia de conservación o destrucción no puede estar al arbitrio de unos cuantos, sujetos a las gríngolas de sus intereses particulares. Cuando se ha apostado por la protección, todos hemos ganado: ahí están los ejemplos del Viejo San Juan y el centro urbano de Ponce, orgullos nuestros y atractivo para el que nos visita. Desarrollo y conservación no están reñidos.
Mal augurio es para el inicio de una ciudad del saber la actitud en que la grúa de demolición va por delante de la consideración histórica, la valoración estética y el diálogo.
*Articulo Publicado en el Vocero
A pesar de la designación de Oso Blanco como sitio histórico por el "National Register of Historic Places", no ha existido mecanismo en ley -ni voluntad o sensibilidad suficiente- para detener su destrucción. Como justificación, ese curioso híbrido que es el Fideicomiso de Ciencia, Tecnología e Investigación - es una entidad privada creada por ley que maneja fondos públicos-- aduce el extremo deterioro del edificio. Sin embargo, se ha negado a mostrar los estudios que lo acreditan y más aún, se negaron absurdamente a permitir que un equipo de arquitectos, incluyendo profesores de la Universidad del Turabo y especialistas en documentación gráfica histórica tuvieran una última oportunidad de dibujar el Oso Blanco desde el exterior.
El asunto en torno al reclamo de conservación del Oso Blanco no es si se construye la famosa Ciudad de las Ciencias o no (o puede serlo, pero el cuestionamiento de los méritos del proyecto es harina de otro costal), sino la confiabilidad del ordenamiento para protección del patrimonio edificado y la transparencia de la concesión de permisos. Como país, hemos pagado caro el hispanismo cerrado que le concede la más alta prioridad a la preservación del legado arquitectónico colonial, pero que permitió la destrucción de espacios únicos como la Casa Georgetti y hoy permanece impávido ante el deterioro del distrito Art Deco de Santurce o lo que queda del renacimiento español en Río Piedras. Un residente del Viejo San Juan tiene que someterse a todo un proceso --y bien que sea así-- para cualquier mejora en su casa, pero el Fideicomiso de Ciencias tira al piso un tesoro arquitectónico y no pasa nada.
Los espacios que ocupamos (todos ellos, invoquen gloria o ignominia) son señales de identidad de nuestro país. La sentencia de conservación o destrucción no puede estar al arbitrio de unos cuantos, sujetos a las gríngolas de sus intereses particulares. Cuando se ha apostado por la protección, todos hemos ganado: ahí están los ejemplos del Viejo San Juan y el centro urbano de Ponce, orgullos nuestros y atractivo para el que nos visita. Desarrollo y conservación no están reñidos.
Mal augurio es para el inicio de una ciudad del saber la actitud en que la grúa de demolición va por delante de la consideración histórica, la valoración estética y el diálogo.
*Articulo Publicado en el Vocero