El drama ha llegado al punto de máxima tensión: es inminente el terrible fin de la heroína. Ninguna fuerza humana podría salvarla de su destino, del cual después de todo, es responsable ella misma, cegada por esa falla (debilidad, arrogancia, impaciencia) que le da el carácter trágico al personaje. Entonces aparece la carroza tirada por caballos alados, tripulada por algún habitante del Olimpo, la rescata, y allá va ella, sufrida pero a salvo. Así funciona el recurso dramático deus ex machina, mediante el cual una situación sin solución posible es arreglada por virtud de alguna extravagante intervención divina. Desde Eurípides hasta nuestros días, ese "dios en una máquina" permite escenificar la fantasía humana del auxilio sobrenatural en la encrucijada fatal.
Pero igual que los abracadabra, ábrete sésamo y alakazam, el deus ex machina no opera en la vida real y, ciertamente, no está disponible como herramienta para gobernar un país. Por eso, la pretensión -especialmente abundante en estos días de que mediante un glorioso conjunto de medidas legislativas los problemas fundamentales de Puerto Rico se resolverán, tiene tantas probabilidades de traernos la salvación esperada como el que Zeus se aparezca un día a darse la vuelta por el Capitolio. El mejor ejemplo es la cacareada reforma energética. Existe un amplio consenso en el país de la necesidad de reformular la Autoridad de Energía Eléctrica, de la urgencia de movernos hacia energía renovable, y de la deseabilidad de un sistema de rendición de cuentas en esa y en todas las corporaciones públicas. Pero de ahí a prometerle al país que con una nueva ley se garantiza la reducción en el costo de energía y que esto a su vez, nos dirigirá de forma expedita e inevitable al despunte económico hay un trecho tan grande que ni en carrozas mágicas se puede recorrer.
Pero igual que los abracadabra, ábrete sésamo y alakazam, el deus ex machina no opera en la vida real y, ciertamente, no está disponible como herramienta para gobernar un país. Por eso, la pretensión -especialmente abundante en estos días de que mediante un glorioso conjunto de medidas legislativas los problemas fundamentales de Puerto Rico se resolverán, tiene tantas probabilidades de traernos la salvación esperada como el que Zeus se aparezca un día a darse la vuelta por el Capitolio. El mejor ejemplo es la cacareada reforma energética. Existe un amplio consenso en el país de la necesidad de reformular la Autoridad de Energía Eléctrica, de la urgencia de movernos hacia energía renovable, y de la deseabilidad de un sistema de rendición de cuentas en esa y en todas las corporaciones públicas. Pero de ahí a prometerle al país que con una nueva ley se garantiza la reducción en el costo de energía y que esto a su vez, nos dirigirá de forma expedita e inevitable al despunte económico hay un trecho tan grande que ni en carrozas mágicas se puede recorrer.