Con más resignación que entusiasmo, con más morbo que esperanza, el país aguarda por el mensaje en que el señor Gobernador anunciará el presupuesto para el año fiscal que comienza el 1ro de julio. En un momento en que a cualquier declaración que envuelva números se le adjudican facultades mágicas, la mayor interrogante para muchos es si de verdad la propuesta presupuestaria le proveerá al país $800 millones menos para suplir las necesidades comunes. De nada sirven las advertencias de que un presupuesto reducido sólo agravará la contracción económica: las gradas piden menos presupuesto y ya se dejará para luego el llanto y rechinar de dientes cuando se haga patente la reducción de servicios públicos y los efectos en el sector privado.