Alambres de púa y dieciocho kilómetros de un altísimo muro cercaban la pequeña parte de la ciudad polaca de Varsovia a la que las fuerzas de ocupación alemana, en octubre de 1940, confinaron a unos 445,000 judíos; el hacinamiento, el hambre, las enfermedades, reclamaron la vida de los que no fueron parte del primer gran envío al campo de concentración de Treblinka. Los pocos sobrevivientes fueron exterminados en el levantamiento de 1943 familias enteras se lanzaban desde los edificios en llamas, miles fueron tiroteados o asfixiados por gases en los búnkers en que se refugiaban o deportados a Treblinka. Desde entonces, la barbarie nazi del gueto de Varsovia es muestra de lo peor de lo que es capaz el odio motivado por el afán de imponer una raza o una creencia sobre otra.