Alambres de púa y dieciocho kilómetros de un altísimo muro cercaban la pequeña parte de la ciudad polaca de Varsovia a la que las fuerzas de ocupación alemana, en octubre de 1940, confinaron a unos 445,000 judíos; el hacinamiento, el hambre, las enfermedades, reclamaron la vida de los que no fueron parte del primer gran envío al campo de concentración de Treblinka. Los pocos sobrevivientes fueron exterminados en el levantamiento de 1943 familias enteras se lanzaban desde los edificios en llamas, miles fueron tiroteados o asfixiados por gases en los búnkers en que se refugiaban o deportados a Treblinka. Desde entonces, la barbarie nazi del gueto de Varsovia es muestra de lo peor de lo que es capaz el odio motivado por el afán de imponer una raza o una creencia sobre otra.
Y ahora, Gaza. Motivados por una torcida victimización histórica que les llama a hacer pagar a inocentes el sufrimiento centenario de su pueblo, Israel ha mantenido una descarnada ofensiva en la franja de Gaza. La violencia israelí ha acabado con más de mil quinientas vidas palestinas, la mayoría civiles, incluyendo cientos de niños. El mundo entero ha visto, cómo, con la asqueante complicidad de los Estados Unidos y su presidente Premio Nobel de la Paz, el estado israelí reclama territorio desmembrando niños, bombardeando escuelas y refugios, y arrasando vecindarios. Ojo por ojo, diente por diente, Gaza por Varsovia.
La Franja de Gaza, de apenas 141 millas cuadradas, es parte de los territorios palestinos codiciados por el sionismo, el movimiento originado a finales del siglo 19 para establecer un estado judío, bajo la falsa premisa de "una tierra sin pueblo para un pueblo sin tierra". La realidad es que al inicio de la ocupación judía, el territorio palestino estaba habitado por medio millón de árabes, 80,000 cristianos y 25,000 judíos. Una larga y convulsa historia con la tónica firmemente establecida a partir del ataque de terroristas sionistas al Hotel Rey David en el 1946, en el que murieron 91 personas, como medida para presionar al gobierno británicollevó al reconocimiento del Estado de Israel en 1948. Desde entonces, el pueblo palestino, viviendo como refugiados en su propia tierra, reclama su derecho a la libre determinación.
De cara al Mediterráneo y rodeada por Egipto e Israel, Gaza, igual que entonces el gueto de Varsovia, es una ciudad sitiada, con inhumanas restricciones a la entrada de alimentos, el tránsito de personas y el acceso a servicios médicos. La ayuda humanitaria es estrictamente controlada, y los intentos de organizaciones internacionales de penetrar el territorio, bien por mar o por tierra, han enfrentado en ocasiones resistencia letal. Los bienes esenciales, como harinas, aceite o medicamentos, llegan vía contrabando a través de un sistema de túneles que en muchas ocasiones distan peligrosamente de ser obras de gran ingeniería. Son estas entradas "secretas" las que supuestamente persigue destruir Israel, alegando que su uso por las fuerzas de Hamás, el sector islámico en control político de la Franja, pone en peligro a su ciudadanía. La realidad es que, como demuestran los numerosos videos tomados por todo tipo de fuentes, los túneles son fácilmente detectables, y de haber sido ése el auténtico objetivo, sobraba la matanza y destrucción.
Se ha decretado un breve alto al fuego. Las familias gazatíes tienen 72 horas para despedir a sus muertos, visitar sus casas arrasadas y prepararse para lo próximo. Y el resto del mundo, tres días para pasar revista a las terribles imágenes de la última ofensiva de esa terrible involución del espíritu humano y de la política internacional que es la aplicación descarnada y perversa de la Ley del Talión.
Artículo publicado en El Vocero
La Franja de Gaza, de apenas 141 millas cuadradas, es parte de los territorios palestinos codiciados por el sionismo, el movimiento originado a finales del siglo 19 para establecer un estado judío, bajo la falsa premisa de "una tierra sin pueblo para un pueblo sin tierra". La realidad es que al inicio de la ocupación judía, el territorio palestino estaba habitado por medio millón de árabes, 80,000 cristianos y 25,000 judíos. Una larga y convulsa historia con la tónica firmemente establecida a partir del ataque de terroristas sionistas al Hotel Rey David en el 1946, en el que murieron 91 personas, como medida para presionar al gobierno británicollevó al reconocimiento del Estado de Israel en 1948. Desde entonces, el pueblo palestino, viviendo como refugiados en su propia tierra, reclama su derecho a la libre determinación.
De cara al Mediterráneo y rodeada por Egipto e Israel, Gaza, igual que entonces el gueto de Varsovia, es una ciudad sitiada, con inhumanas restricciones a la entrada de alimentos, el tránsito de personas y el acceso a servicios médicos. La ayuda humanitaria es estrictamente controlada, y los intentos de organizaciones internacionales de penetrar el territorio, bien por mar o por tierra, han enfrentado en ocasiones resistencia letal. Los bienes esenciales, como harinas, aceite o medicamentos, llegan vía contrabando a través de un sistema de túneles que en muchas ocasiones distan peligrosamente de ser obras de gran ingeniería. Son estas entradas "secretas" las que supuestamente persigue destruir Israel, alegando que su uso por las fuerzas de Hamás, el sector islámico en control político de la Franja, pone en peligro a su ciudadanía. La realidad es que, como demuestran los numerosos videos tomados por todo tipo de fuentes, los túneles son fácilmente detectables, y de haber sido ése el auténtico objetivo, sobraba la matanza y destrucción.
Se ha decretado un breve alto al fuego. Las familias gazatíes tienen 72 horas para despedir a sus muertos, visitar sus casas arrasadas y prepararse para lo próximo. Y el resto del mundo, tres días para pasar revista a las terribles imágenes de la última ofensiva de esa terrible involución del espíritu humano y de la política internacional que es la aplicación descarnada y perversa de la Ley del Talión.
Artículo publicado en El Vocero