Pero igual que los abracadabra, ábrete sésamo y alakazam, el deus ex machina no opera en la vida real y, ciertamente, no está disponible como herramienta para gobernar un país. Por eso, la pretensión -especialmente abundante en estos días de que mediante un glorioso conjunto de medidas legislativas los problemas fundamentales de Puerto Rico se resolverán, tiene tantas probabilidades de traernos la salvación esperada como el que Zeus se aparezca un día a darse la vuelta por el Capitolio. El mejor ejemplo es la cacareada reforma energética. Existe un amplio consenso en el país de la necesidad de reformular la Autoridad de Energía Eléctrica, de la urgencia de movernos hacia energía renovable, y de la deseabilidad de un sistema de rendición de cuentas en esa y en todas las corporaciones públicas. Pero de ahí a prometerle al país que con una nueva ley se garantiza la reducción en el costo de energía y que esto a su vez, nos dirigirá de forma expedita e inevitable al despunte económico hay un trecho tan grande que ni en carrozas mágicas se puede recorrer.